FUEGO AMIGO

8:20:00

Alberto Esparza Hueto obtuvo el primer premio en el certamen literario de relatos "Día de la Paz", con la obra "Fuego Amigo".

Dicho relato es el que exponemos a continuación, para que tengan la opción de leerlo, valorarlo y opinar.

El estallido atronador de otra de las inhumanas minas hizo eco en las ruinas que poco a poco caían, abatidas por las feroces acometidas de una batalla campal atroz que había asolado la ciudad desde hacía unas horas.

Cierto era que el ataque apenas había completado medio día de duración, pero aquel breve período había sido exageradamente destructivo, el que más vidas estaba cobrando, el más sanguinario que las murallas de la urbe, erigidas desde los tiempos más remotos y que habían permanecido allí siglos hasta los tiempos modernos, recordaban.



La velocidad con que las pisadas de la familia se dibujaban en la tierra estaba creando una nube de polvo que se unía sutilmente a la humareda que manaba de los otrora magnánimos edificios, que ahora se hallaban reducidos a ridículas cenizas, a causa de las armas de las crueles milicias.

Avsalom arrastraba desesperado a su hijo pequeño, Axel, de la mano. La idea aciaga de que a su pequeño le sucediese algo funesto le turbaba, y se había prometido a sí mismo no perder de vista a un muchacho que había contemplado escenas que un chico de cinco años como él jamás debería haber presenciado, por el bien de su inocencia e infancia.

No obstante, sumergidos en una contienda sin fin, ese deseo era prácticamente una quimera utópica e inalcanzable.



-Cariño, no corras-Exclamó exasperada su esposa, quien no terminaba de acostumbrarse a esa súbita e imprevista huída



El marido le dedicó una larga mirada compasiva repleta de significado y, tendiéndole la mano, prosiguieron su camino hacia el refugio del bosque, el único lugar en el que podrían estar a salvo de las agresiones de las tropas.

Bordearon con facilidad los fangales que componían las afueras de la ciudad y terminaban en un estrecho sendero que desembocaba en el húmedo bosque, en cuyo corazón se encontraba el único cobijo donde podrían considerarse protegidos.



La macabra silueta del fuego que se alzaba amenazadoramente a sus espaldas les indicó que a pocos metros se ubicaban los límites del pueblo.

¿Cuántos vecinos habrían perecido bajo las detonaciones sin piedad de los soldados?

¿Cuántas personas que conocían y con las que hacía tan sólo un día habían caminado por las callejuelas ya no estarían en este mundo?... Estos sombríos pensamientos causaron una sensación de desasosiego en Berenice, la mujer, quien sintió un gélido escalofrío.

Para que el optimismo la envolviese, cerró sus ojos y trató de respirar el escaso aire puro que flotaba allí, y comenzó a tranquilizarse con melancólicos recuerdos de su niñez, mientras aligeraba el paso entre los lodazales.

Esta tranquilidad se vio trabada repentinamente por un estruendo ensordecedor que resonó muy cerca de ellos. Ante el sobresalto, abrió los ojos y se encontró frente a un espectáculo desolador. El torso de Avsalom estaba inundado por la sangre, que brotaba de una profunda herida cerca de su corazón. Era evidente que le habían disparado.







-¡No, No!-Balbuceó la afligida esposa entre desgarradores sollozos



El niño, en cambio, prorrumpió en amargos y estremecedores llantos, al mismo tiempo que se agachaba para tratar de sujetar a su padre, que acababa de caer estrepitosamente al suelo.

La mujer también se arrodilló y, presa del pánico, comenzó a agitar la cabeza de Avsalom, como si su empeño pudiese devolverle a la vida. Bien sabía que no era posible. La guerra se había cobrado otra víctima inocente, y sin otorgarle tiempo para despedirse.

La escena era extremadamente dolorosa. <Papá, papá, levanta, tenemos que irnos> susurraba el infante con un atisbo de esperanza en su voz, mientras abrazaba el cuerpo inerte de su progenitor con un cariño y amor conmovedor, tratando de insuflarle una vida que ya le había sido arrebatada.

Berenice comenzó a emitir incomprensibles chillidos cargados de dolor, martirio, pesar…

El niño estaba besando con ternura la mejilla de su padre, murmurando frases ininteligibles, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.



Bruscamente, un segundo disparo dirigido al niño estalló en el suelo y, la madre, reaccionando al instante con intención de proteger a su hijo, se enjugó las lágrimas y, aferrándolo del brazo, prosiguió su huída hacia la frondosa arboleda que ya se divisaba con claridad al final del sendero.

Con una inusitada velocidad agudizada por la adrenalina, atravesaron un pequeño arco y se escabulleron entre los  matorrales que se sucedían a continuación.



Sin levantar la vista del suelo, la madre y el hijo continuaron su huida con la mayor rapidez posible. Bordearon una tupida arboleda, y el sonido de disparos y cañones fue disipándose mientras se alejaban por el improvisado sendero.

El niño sollozaba presa del pánico, y Berenice trataba de mantener la compostura y hallar el espontáneo refugio que los ciudadanos habían ubicado a las faldas de una empinada montaña. Avsalom sí conocía la situación exacta, pero ya no estaba allí con ellos y no podía guiarles hacia ese lugar donde podrían guarecerse.

Serpentearon los últimos sotos y se vieron rodeados de una maleza selvática, que terminó de desorientarles completamente. Un desagradable aroma a neumático quemado impregnó el recinto, y el niño arrugó la nariz en un gesto de desagrado.

Cuando la madre ya estaba barajando la posibilidad de darse por vencida y regresar a la ya derruida ciudad, un chillo desgarrador los detuvo. Provenía de un ancho matorral cuyas ramas estaban bañadas por gruesas gotas de sangre.

Berenice, con cautela y sigilo pero a su vez cargada de valentía, se aproximó hacia el lugar de procedencia de los lamentos y apartó las brozas con la mano.

A su vista apareció una escena amarga. Otra más para la fría colección de imágenes de una contienda.





Por su uniforme, se trataba de un soldado perteneciente al bando que estaba asediando y atacando la ciudad, y sus heridas indicaban que  había sido disparado varias veces con un arma repetidora en los brazos, la pierna y el estómago. Por ello estaba profiriendo aquellos aullidos.

La mujer se sintió intimidada y en un arrebato habría tomado a Axel de la mano y habría continuado su escapada. Pero algo la retenía allí. Algo en su conciencia la empujaba a ayudar a aquel hombre, pues se encontraba malherido y su moral no le permitía siquiera dar un paso hacia atrás. Debía socorrer a aquel soldado, a pesar de que perteneciese al ejército enemigo… Aunque realmente, ¿Quién es enemigo en una guerra? ¿Existe acaso un bando amigo, en el que confiar, al que apoyar?, ¿o cada bando es igualmente responsable del rastro de muerte, destrucción y desolación que deja tras de sí la escaramuza? ¿No son acaso ambos víctimas de las circunstancias?

En realidad había las mismas razones para ayudarlo que para dejarlo morir, pero Berenice escogió la primera opción.



-Axi, ayúdame a levantar a este hombre y conducirlo hasta el refugio- Pidió la compasiva madre al hijo.



Éste, sin objetar nada al respecto, obedeció y, ayudándose de sus pequeños bracillos, tomó los tobillos y los logró alzar. Berenice, con mayor fuerza, lo tomó de los hombros y, complementándose, consiguieron levantarlo unos centímetros.

Como una musa inspira a un escritor en el momento justo, la dirección del cobertizo se posó sobre su cabeza.



-Por allí-Ordenó la mujer, señalando con el dedo un nuevo camino que se dibujaba junto a un gran tronco.



El militar suspiró unas palabras de agradecimiento que no alcanzaron a comprender y, con paciencia y sigilo, marcharon por el sendero correcto.



No tardaron en divisar un pequeño orificio en la tierra removida y en escuchar los lejanos comentarios de algunos vecinos que residían en su interior… se trataba del anhelado refugio.

Se acercaron hasta la boca de la abertura, e instantáneamente salió de ella un hombre alto, delgado, con el rostro demacrado y una vara en la mano. Les lanzó una mirada inquisitiva y dejó escapar un grito de sorpresa cuando reparó en el malherido soldado.



-¡Fuera de aquí, llevaos a este malnacido asesino inmediatamente, no queremos volver a veos por aquí!-Ladró, malhumorado. Los tres inoportunos visitantes no tuvieron más remedio que huir de los golpes de la vara hacia una arboleda cercana.



Berenice y el niño tuvieron la opción de abandonar al combatiente y mantenerse a salvo en la guarida pero, por el contrario, se ocultaron tras el exuberante roble y recostaron allí al herido, quedando a su lado y maquinando un plan para curarlo y, a su vez, protegerse de las tropas que no tardarían en llegar armadas.



Una idea descabellada y peligrosa, pero rebosante de generosidad y altruismo.



Cuando cayó la noche, la mujer, corriendo un imprudente riesgo, se adentró por la inescrutable cueva y, aprovechando el descanso de sus ocupantes, llegó hasta la galería principal y extrajo algunos medicamentos y artilugios sanitarios de una bolsa de tela.

Sin que nadie descubriese su piadoso hurto, escapó de allí y regresó a su escondite, donde la aguardaba impaciente su hijo, quien sollozaba al no haber asumido todavía la muerte de su padre.

Berenice lo besó en la mejilla y puso en práctica los conocimientos médicos que había aprendido durante las clases en un cursillo de primeros auxilios.

Formulando unas pedigüeñas plegarias, desabrochó la camisa del soldado y aplicó los productos sobre las profundas heridas. Por primera vez en el día, el militar abrió los ojos y susurró de manera casi ininteligible: Gracias.



*****************************************************************

<Atención, pasajeros del vuelo 38415, segundo aviso para embarque. Se notifica un retraso de 17 minutos en la partida por motivos ajenos a nosotros. Facturen a la mayor brevedad posible su equipaje y disculpen las molestias.>



Berenice y Axel aligeraron el paso al escuchar esta nueva megafonía y accedieron a la sala de embarque. Desaliñados pasajeros se empujaban mutuamente con sus tarjetas en la mano, buscando ingresar en el avión lo antes posible.

Betzalel les estaba esperando allí con un gesto de impaciencia en su rostro. Cuando los vio aparecer, les tomó del brazo y los condujo hacia la larga fila que aguardaba impaciente el momento de subir a bordo



-¿Tienes todos los documentos?-Preguntó alarmado. Ante el asentimiento de Berenice, prosiguió- Salir de un país en guerra es siempre muy complicado, no lo pondrán fácil.



Un malhumorado soldado vestido con raídos uniformes se abrió paso entre la muchedumbre. Su rostro era perfectamente descifrable. Seguramente, le habrían negado el permiso para volar y su frustración y desengaño eran notables.

Betzalel observó con lástima al militar y, murmuró:



-Y pensar que antes era yo uno de ellos…-Musitó, apenado



Berenice lo abrazó con ternura y le susurró al oído



-No tienes nada por lo que sentirte culpable. En la contienda no hay soldados, sólo ciudadanos manipulados por la sociedad para perder la vida por una causa que ni siquiera comparten-Sentenció con calma. Tras tomar aliento y comprobar que su prometido parecía relajarse, continuó-Además, ya has hecho bastante por nosotros. Bien sabes que es prácticamente imposible que un general consiga exiliar a una sola persona. Tú eras tan sólo un soldado y has logrado que los tres podamos salir del país, abandonar este calvario.



El antiguo militar sacudió la cabeza y argumentó:



-No permito que digas eso. Soy yo quien siempre estaré en deuda con vosotros. De no ser por ti, yo estaría muerto-Apuntó, a la vez que palpaba sus heridas, las cuales no habían terminado de cicatrizar



La mujer se disponía a abrazarlo de nuevo cuando otra  megafonía comunicó a los allí presentes que el espacio aéreo estaba despejado. Podían tomar asiento en el avión.

Sin dudarlo, Berenice tomó de la mano a su hijo y ofreció la otra a Betzalel, aunque este parecía encontrarse lo suficientemente estable como para ascender al aparato sin ayuda.

Una vez se hubieron encaramado por las estrechas escalinatas que conducían al interior, se acomodaron en unos asientos junto a una redondeada ventanilla. Los tres se sintieron completamente aliviados

En la cabeza de la mujer sobrevolaron tenebrosos recuerdos acerca de la huella de catástrofe y tragedia que la guerra había dejado en ella. Visualizó la terrible escena de la muerte de su marido, los llantos de su hijo… Pero su estado de ánimo cambió cuando lanzó una larga mirada a Betzalel, y se calmó al planificar la nueva vida que les esperaba juntos en el país al que se dirigían. Empezar de cero era siempre una buena noticia, y más en las circunstancias en las que se encontraban

El destino es impredecible y caprichoso, y si semanas atrás, envueltos en una batalla feroz, rodeados de muertes y destrucción, sentían desfallecer, ahora ella y su hijo se encontraban a salvo, y con un prometedor futuro por delante, futuro que se afianzó cuando los motores de la aeronave comenzaron a rugir con una fuerza inusitada, como si tuvieran el deseo vehemente de escapar de allí, de volar lejos, de dejar atrás el horror.



La tierra fue empequeñeciéndose y el aparato quedó a merced de unas blancas nubes que flotaban en un cielo azul y puro, donde la pólvora y el fuego no habían podido llegar


FIN

ILUSTRACIÓN: Maite Rodríguez Moreno


ADVERTENCIA LEGAL: Tanto el relato como la ilustración se encuentran registrados en la propiedad intelectual. Todos los derechos reservados
©2013



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2 comentarios

  1. Buen relato. Muchas felicidades por el premio que ganaste con él.

    Por cierto, un pequeño fallo: "...un chillo desgarrador los detuvo." Será un chillido, ¿no? ;)

    ¡Un saludo, nos leemos!

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias por las felicitaciones!. En realidad, los relatos no son lo mío, pero algún premio como este cae de vez en cuando.

      Respecto al fallo, sí, tienes razón... ya sabes cómo son estas cosas, por mucho que se revise siempre acaba permaneciendo algún que otro error.

      ¡Nos leemos, un saludo!

      Eliminar

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